Reino Unido: La ultraderecha se apodera del Brexit

El 52% de británicos que votó a favor del Brexit, en una campaña muy manipulada, siempre tuvo un tufo nacionalista inglés ultraconservador, pero fue una amplia coalición de xenófobos antiinmigración próximos al UKIP, nostálgicos del imperio, gente empeñada en que el país tenga el control de sus propias leyes, y personas mayores reacias a cambios que les desbordan. Pero la que se ha apoderado del proceso, y tiene a Theresa May contra las cuerdas, es la ultraderecha.

El Brexit, en su fase final, es como un ballo in maschera, un baile de disfraces que permite a los trumpistas ingleses, lepenistas, salvinistas y thatcheristas frustrados refugiarse en la hostilidad hacia la Unión Europea para esconder su auténtico sueño: la reconversión de Gran Bretaña en una especie de Singapur del Viejo Continente, con el mínimo de impuestos y regulaciones, que haga una competencia desleal a los 27 a base de diluir las medidas medioambientales, renunciar a la Carta Social y negar todo derecho a los trabajadores.

Para llegar a esa conclusión no hay más que hurgar un poco en el pasado como diputados y en las declaraciones de los brexiters duros, los ministros que amenazan con dimitir o han dimitido, y los diputados que piden la cabeza de May si no les da el Brexit que quieren. “Aspiro a un futuro en el que no haya ninguna regulación, no haya salario mínimo, permiso pagado de maternidad o paternidad, indemnizaciones por los despidos improcedentes y obligaciones en materia de pensiones para las pequeñas empresas que quieren despegar”, ha dicho la líder de la Cámara de los Comunes, Andrea Leadsom, que disputó el liderazgo del partido hace dos años.

Para los ultras británicos de derechas, el Brexit es la tapadera perfecta para la contrarrevolución política y social que tienen en mente. Boris Johnson se ha pronunciado mil y una veces contra las directivas de Bruselas que imponen un máximo de horas laborables; Liam Fox, ministro de Comercio Internacional, considera “insostenibles” los actuales derechos laborales, lo mismo que Jacob Rees-Mogg, un personaje del siglo XVIII que sería irrelevante de no ser por figurar como el líder de la campaña para romper por las bravas con la UE; David Davis y John Redwood califican de “una barbaridad” la Carta Social europea; Steve Baker está contra los derechos de los gais “como cristiano con una visión bíblica del matrimonio”; Nadine Norries estima que “la reclamación de más derechos para las mujeres ha de ser cogida con pinzas”; Owen Patterson es un euroescéptico medioambiental para quien “el clima lleva siglos cambiando”; John Redwood niega todo valor a los pronósticos científicos.

¿Qué tienen todos estos personajes en común? Que, refugiados en el paraguas del Brexit, comulgan con los populismos que emanan de los Estados Unidos, Austria, Francia, Italia y los países escandinavos, y que ven en la salida de Europa la ocasión perfecta para llevar el thatcherismo y el reaganismo a sus máximas consecuencias justo cuando el Labour empieza a ganar la batalla de las ideas una década después del colapso de Lehman Brothers, y el Partido Conservador aparece perdido, sin apenas apoyo entre los jóvenes y los profesionales, con menos activistas que los independentistas escoceses y más donaciones de militantes muertos que vivos.

Para estos Robespierre del Brexit, Olly Robbins, el negociador británico, es un Rasputin que tiene sorbido el seso de May. El portazo a Europa fue siempre un pretexto para frenar el multiculturalismo, la revolución sexual y los cambios tecnológicos de una sociedad que no entienden. Son, para hablar claro, la ultraderecha británica.

May tiene el apoyo de su Gabinete

Theresa May acude a la cumbre de Bruselas con el respaldo formal de su Gabinete, algo es algo. Ese fue su objetivo al paralizar las negociaciones del Brexit, y comparecer en la Cámara de los Comunes para explicar a los parlamentarios las razones del punto muerto. A falta de una solución a los dilemas, y sin la aritmética parlamentaria para sacar adelante un compromiso, el objetivo de la primera ministra siempre ha sido –y sigue siendo– aferrarse al poder, ganar tiempo, ver si la UE cede o si cae del cielo una solución milagrosa. Una vez más va a exhortar a los 27 a renunciar a su demanda de un estatus especial para Irlanda del Norte, que la haga permanecer en el mercado único de bienes. Según May, es como un “reaseguro” específico para el Ulster que exige Europa, que no se conforma con el “seguro” de que todo el Reino Unido permanezca en la unión aduanera hasta la firma de un acuerdo comercial. Pero incluso a esto último, en el supuesto improbable de que cediera la UE, se oponen la mitad del Gabinete y buena parte del Parlamento, que demandan una fecha tope a la eurodependencia. Exigen que sea Londres quien decida cuándo romper amarras por completo y poder firmar sus propios tratados con terceros países. Pero eso no tiene sentido para Bruselas. No sería ni un seguro ni un reaseguro.(La Vanguardia)

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