Brasil profundiza la recesión y su PIB caerá entre 3% y 5% en 2016

Brasil, una de las estrellas del mundo emergente de la última década, sufre de manera aguda el fin del ciclo alcista de los precios de las materias primas y profundiza la más larga recesión de su historia económica, con una previsión de caída del PIB para 2016 de entre el 3% y el 5%, de acuerdo con diferentes pronósticos.

La comparación de estas cifras, adelantada por un estudio del Banco Itaú-Unibanco, el mayor de Brasil, y el propio Banco Central do Brasil, con el 11% de retroceso económico sufrido por Argentina durante su histórica crisis iniciada en 1998 y que estalló por los aires en diciembre de 2001, da una idea aproximada de la complejidad político-social del proceso en desarrollo.

El encargado de comunicar el pronóstico del de un retroceso del 5% por parte del Itaú, fue su presidente, Roberto Setúbal, quien fue enfático al afirmar que consideraba "que la caída de la economía será del 5%, esto es algo muy negativo, nadie quiere ver eso ahora pero a lo largo del año se constatará".

Mientras tanto, más moderado en sus previsiones, el Banco Central do Brasil prevé una retracción del 3,01% para este año tras una declinación del 3,7% en 2015.

En cualquier caso, ambas previsiones muestran una caída de la economía que oscilaría entre el 7% y el 9%, aproximadamente, en un bienio, y que acercaría el retroceso brasileño a cifras más o menos cercanas al de la catástrofe económica y social vivida por su vecino del sur a comienzos de siglo.

En este contexto, no puede llamar la atención la apreciación formulada esta semana por el experto argentino en Mercosur y Brasil, Dante Sica, quien consideró que "Brasil no va a recuperar su nivel de demanda interna en 4 ó 5 años".

Obviamente, el impacto de esta realidad sobre Argentina será muy significativo ya que el 60% de lo que produce el sector automotor (local) lo exporta y, de eso, el 80% tiene como destino a Brasil, agregó Sica.

Por otra parte, la producción industrial de Brasil cayó 8,3% el año pasado, de acuerdo con lo informado esta semana por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), lo que representa la mayor contracción vista desde el crítico año de 2003 cuando el país comenzaba a salir de la aguda crisis regional de la época.

Brasil también está sufriendo las generales de la ley de la crisis en los países emergentes ya que el año pasado y según dijo la directora-gerente del FMI, Christine Lagarde, se registró una salida de capitales de 531.000 millones de dólares de esos mercados, mientras que en sólo en enero de este año los bancos brasileños sufrieron un fuga de depósitos de 41.524 millones de dólares (161.590 millones de reales).

Este es un claro síntoma de la creciente desconfianza de inversores, externos e internos, y de los ahorristas locales en general, sobre la situación de la economía del país y, sobre todo, el temor que empieza a ganar a los mercados respecto de la capacidad del sistema financiero de resistir la recesión creciente.

El hecho de que la tasa de interés establecida por el Banco Central esté en niveles altísimos del 14,25% no implica que los bancos estén ofreciendo a los ahorristas un rendimiento cercano a ese porcentaje, sino apenas un 8,07% anual frente a un tasa de inflación del 12%, sólo cubierta por el interés promedio de los fondos de inversión.

Para finales de este año, la economía de Brasil se habrá reducido en un 8% con respecto al primer trimestre de 2014, el último período de crecimiento registrado en los últimos dos años, según cifras del semanario británico The Economist a comienzos de enero.

Una medición, por cierto, que mostraría que en cualquiera de los supuestos de retroceso para 2016, la economía de Brasil alcanzaría, como mínimo, la caída experimentada por la de Argentina en 1998-2001.

Una de las características de la actual crisis que atraviesa Brasil y que la diferencia de todas las anteriores que atravesó en las últimas cinco décadas, es que se trata no de una recesión nacional y/o regional sino que forma parte de la Gran Recesión que comenzó en Estados Unidos en 2007 y se extendió a escala mundial en 2008.

Por ejemplo, la crisis de los '90 se resolvió con un plan anti inflacionario y una reactivación a la que puso fin el shock de Asia y Rusia en 1998, mientras que la de 1999-2003 se vivió en medio un auge mundial de los mercados desarrollados y se acabó con el comienzo del ciclo alcista de los precios de las materias primas.

En cambio, ahora, Brasil ha sido golpeado fundamentalmente por la caída del petróleo, el hierro, la soja y el conjunto de los commodities que produce cuyos precios máximos se alcanzaron en 2011 y, desde entonces, han descendido 41%.

Pero, además, a la caída de estas exportaciones primarias y semi-elaboradas se ha sumado también el descenso de la demanda externas de automóviles, tanto del Mercosur como de otros países, lo cual ha llevado a que creciera la desconfianza de los inversores externos que no cesan de fugar capitales del país en los dos últimos años.

A su vez, esto ha impactado en la cuestión fiscal: el gasto público total está por encima del 40% y desde hace más de dos años intenta ser frenado con medidas parciales de recorte, tal como lo hizo el ex ministro de Finanzas Guido Mantega y, posteriormente, su sucesor Joaquim Levy, quien renunció el año pasado para dar paso a Nelson Barbosa.

Pero el lento deterioro de la recaudación, debido a la recesión en marcha, ha colocado al país en una situación cada vez más compleja.

Algunos analistas bancarios dicen que la deuda pública alcanzará el 93% del PIB en 2019, bien por encima de países muy endeudados como Ucrania, Hungría, Grecia o Japón.

Para combatir la salida de capitales, el Banco Central ha elevado la tasa de interés a los altos niveles señalados, pero aún así no logra frenar la estampida, al tiempo que encarece el costo del dinero para las industrias, agudizando la recesión, sin conseguir poner fin tampoco a la devaluación del real que, en 2015, fue del 40% frente al dólar.

La crisis mundial ha sacado a la luz los problemas estructurales de la economía brasileña, principalmente su baja productividad industrial, una infraestructura muy atrasada, bajo nivel de entrenamiento de la fuerza de trabajo, dependencia esencial de las exportaciones de materia prima, un mercado interno estrecho, alta dependencia de la entrada de capitales externos y, por tanto, elevada exposición a las crisis externas.

En definitiva, nada que no hubiese ocurrido en anteriores crisis del país y de otras economías similares como la argentina, pero en las condiciones de una caída general y simultánea de las naciones desarrolladas y atrasadas a escala mundial, incluido el caso de China.

Esto alimenta la preocupación de las autoridades políticas y económicas, así como del empresariado de Brasil, y también de las grandes potencias desarrolladas y emergentes, que siguen de cerca esta evolución negativa del coloso sudamericano, temerosos de que la aguda crisis político-institucional que afecta al gobierno de la presidente Dilma Rousseff provoque un empeoramiento del grave deterioro económico.

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