Norberto Gonzalo brilla en el unipersonal de su autoría "El pescado sin vender"

El actor Norberto Gonzalo sorprende con una vitalidad inesperada en el unipersonal "El pescado sin vender...", en el que actúa, baila, canta y reflexiona frente a una pantalla de cine, que se ofrece los viernes a las 20.30 en el teatro La Máscara, Piedras 736, Capital.
Gonzalo, quien es responsable también del texto y la dirección, ya había dado muestras de su presencia escénica en la cotidianidad de su personaje de "Los hermanos queridos" como en la contundencia de su personificación femenina en "Orquesta de señoritas", aún en cartel, cuya confección nada le envidia a lo que hizo Jack Lemmon en "Una Eva y dos Adanes".

Con un buen acompañamiento musical de Gerardo Amarante en teclado y una producción audiovisual de Cynthia Babiacki Berguer, el actor surge de entre las tiras verticales de la pantalla caracterizado como el Guasón que interpretaba Jack Nicholson en "Batman" (1989) y luego de juzgar su parecido físico a través del inevitable narcisismo de su oficio termina caracterizando al personaje como el Mal en su esencia.
Un Mal que no sólo es metafísico ni pertenece a la historieta sino que se extiende a personajes siniestros de la realidad y la historia -Augusto Pinochet, Jorge Videla, entre otros ejemplos-, que van desfilando por la pantalla y que certifican que la pieza es, además de iniciática, esencialmente política.

Gonzalo lo intenta pero no le sale: quiere escribir una obra pero graciosamente se da cuenta de que una carrada de nombres universales pudieron escribir mejor que él y concluye con el lema "Sin autor no hay obra", como el conocido eslogan de Argentores.
Sin embargo su obra está allí, porque en la demostración de su incapacidad para una tarea específica Gonzalo demuestra que está entre sus virtudes conmover y hacer pensar a un público atento al que no titubea en mostrar sus vísceras.
Así es que a través del breve espectáculo se vuelca a señalar a los actores que lo motivaron a llegar a ser quien es hoy y a buscar, aunque sea a través de una admiración contundente, parecidos físicos que le permitan afrontar desde allí a sus propios personajes.

Homenajea a Marlon Brando y en especial al Anthony Hopkins de "Lo que queda del día" (1993), con el que guarda cierta similitud en el rostro, aunque en realidad lo que hace es demostrar su veneración por esos grandes histriones, y tampoco se olvida de los locales Armando y Enrique Santos Discépolo -interpretados en la pantalla por Jorge Paccini y Gustavo González Zungri- con los que juega una virtual relación.
En esa secuencia filmada, que en apariencia refiere a los grotescos "Relojero" y "Mateo", el intérprete sugiere por lo bajo que no los admira sólo en lo artístico y emblemático del teatro local sino que algo tienen que ver con la identidad argentina.
Del cocoliche de "Mateo", que comprueba los cambios por el paso del tiempo y dialoga con los personajes en pantalla pasa a ser un granadero del general San Martín que no comprende los viboreos históricos de aquel Ejército de los Andes, que de la gloria pasa a las bajezas de los golpes de

Estado y otras vicisitudes nacionales.

En las hojas en blanco que tiene en sus manos y en las que -dice- es incapaz de garabatear una historia dramática como corresponde, está la insatisfacción de un artista y un ciudadano angustiado por las realidades que le tocan vivir a él y a su pueblo.
"El pescado sin vender..." es un espectáculo con ciertas inconexiones, un tanto anárquico, pero vertido a través de la pasión de un actor militante, un hombre en carne viva que no duda en mostrar sus llagas en una edad intermedia entre la madurez y la desesperanza.
El grito final del granadero es un angustioso llamado a la inteligencia y la sensatez de su propio país, que comprobó que la historia te da sorpresas: De la línea recta imaginada sólo le queda a ese actor "que no sabe escribir una obra" un signo de interrogación y el deseo de entender el devenir.

(Télam)

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