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Macri presidente, las peras y el olmo (Por Héctor A. Palma)

“No le pidas peras al olmo” asegura un viejo dicho. El peral da peras y no hay que esperar otra cosa de él, y por el contrario, nunca hay que esperar que un olmo produzca peras. Todos los sistemas producen consecuencias que dependen de su propio y habitual funcionamiento. Sin embargo, mientras nadie se sentará a esperar que el olmo de su patio le dé peras, no siempre está claro cuáles son las consecuencias normales y esperables de un sistema o de un proceso. Y no se trata de una cuestión menor. Es muy importante saber si algún conjunto de hechos o situaciones son las consecuencias normales y esperables, es decir del correcto funcionamiento o si, por el contrario resultan una anomalía o una interferencia indeseada. Por ejemplo, el llamado “gatillo fácil”, ¿es un exceso individual o un resultado sistémico? Los robos de propiedades y de los bienes de los secuestrados o el robo de bebés durante la Dictadura militar, ¿fueron las consecuencias indeseadas, los excesos de algunos miembros díscolos o desbordados de las fuerzas armadas o parte de un plan sistemático?

El neoliberalismo en general y el macrismo en particular basan buena parte de su avanzada ideológica en tergiversar en un doble sentido el problema de cuáles son los resultados de algunos sistemas. En primer lugar mostrando lo normal como si fuera anómalo.  Veamos.

La pobreza, la exclusión y, sobre todo la desigualdad son los resultados normales y esperables de las políticas neoliberales. Ha ocurrido así en cada intento, en los distintos países, en el pasado y en el presente. Lo que ocurrió en la Argentina en 2001/2002 no fue una anomalía debida a que no se implementaron bien esas políticas. Por el contrario fue el único resultado posible y esperable. Las privatizaciones de servicios no cumplieron lo que prometían, no porque se hicieron mal, sino que funcionaron exactamente como estaba previsto que lo hagan: deterioro del servicio, vaciamiento y transferencia de renta a las casas matrices de las multinacionales o lavado y evasión de los capitales nacionales.

Las cuentas off shore no son lo otro del sistema capitalista financiero mundial, sino una parte importante del mismo. El sistema cierra y se completa con esos mecanismos. El neoliberalismo desmantela o inutiliza todas las instancias de control por parte del Estado, de modo que los empresarios y algunos políticos con capacidad de decisión lavan activos sin problemas en sus cuentas en los mal llamados “paraísos fiscales”. El Estado neoliberal no solo deja que los privados aumenten enormemente sus tasas de ganancia desregulando el mercado sino que también propicia el lavado de activos y hace la vista gorda en la evasión y elusión. Buena parte de las comisiones que se pagan por endeudar países durante generaciones también van a parar a esos países permisivos. Los ampulosos gestos de gobiernos e instituciones son, al menos hasta ahora, pour la galerie. Asimismo, los fondos buitres son el final del negocio, los que recogen lo último que queda en pie. Los sistemas internacionales de préstamo (por ejemplo FMI) saben perfectamente que muchísimos países no podrán pagar sus créditos, igualmente los refinancian una y otra vez y siguen cobrando, extorsiones y amenazas políticas mediante. Al final, inevitablemente, vienen los repetidos default, que se cuentan por más de 100 en las últimas décadas. Allí pasan los fondos buitres a recoger las sobras, lo que queda por pagar.

En segundo lugar, al revés, queriendo instalar en la opinión pública que algunas anomalías y excepciones son el resultado normal y esperable. Veamos un ejemplo de esta segunda forma.

Nos quieren hacer creer que la corrupción (real, inventada, exagerada, ficcional, como sea) es el resultado normal de las políticas que, en sentido genérico llamaremos progresistas o populistas (esto último sin la carga negativa que quieren atribuirle). Esta bandera se agita en todos los países que han tenido, o tienen, gobiernos progresistas y es similar a la que se instaló en los ’90 según la cual había que minimizar el Estado porque todo lo que éste hace degenera en corrupción o ineficiencia.

En este punto vale la pena dejar algunas cosas claras: en primer lugar que en todos los gobiernos hay individuos corruptos, probablemente los casos de corrupción en el actual gobierno sean infinitamente más y de más envergadura que en el anterior; en segundo lugar (esto es redundante, pero siempre vale la pena) ahuyentar malos entendidos y aclarar que es sumamente negativo que haya funcionarios corruptos; también es muy negativo que haya empresarios evasores, elusores de impuestos y lavadores de activos; probablemente la cantidad y montos de los incumplimientos de la ley de empresarios sea infinitamente mayor que el daño producido por algunos funcionarios ladrones; en tercer lugar, aun suponiendo que todo lo que dicen sobre los funcionarios del gobierno anterior fuera cierto, se trata de sumas que de ninguna manera pueden provocar desequilibrios macroeconómicos como mucha gente cree (“estamos así porque se robaron todo”); en cuarto lugar, unos y otros deben pagar sus delitos, sean del partido que fueren. Bien, dicho esto, sigamos con nuestro argumento.

El neoliberalismo aprendió de algunos de sus errores y, sobre todo, ya sabe que nuestra experiencia histórica muestra que nunca ocurrirá lo que promete (bienestar de la mayoría de la población, básicamente). Entonces instala que la política activa lleva a la corrupción para poder presentarse, ya no como lo mejor y lo que nos hará feliz, sino como la única posibilidad, dolorosa y cruel, pero la única. Todavía sueltan algunos globos de colores pero a medida que aumenten la pobreza y el desempleo, baje aun más el poder adquisitivo, empeoren las condiciones sanitarias y se degrade la cultura democrática, aparecerá el eslogan: “es duro pero es el único camino posible”. Por ello intentan por todos los medios obtener la foto de Cristina presa, no sólo para destruir su carrera política con vistas al futuro, lo cual sería en todo caso una cuestión menor, sino para instalar en la sociedad la identificación política/corrupción. Si lo logran habrán ganado una enorme batalla cultural, habrán instalado fuertemente lo que muchas personas creen: que sus logros solo se deben a su esfuerzo personal y que sus miserias derivan de la política. La versión más denigrada ya la hemos conocido bajo el lema “que se vayan todos”.

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