Objeciones al voto electrónico (Por Gonzalo Carbajal)
Con una (ya no tan) circunstancial mayoría la Alianza Cambiemos se apresta a aprobar su propuesta de voto electrónico. El Frente Renovador, el Bloque Justicialista y el Frente Amplio Progresista aportarán algún cambio cosmético en el recinto para justificar su apoyo al proyecto que tiene dictamen de mayoría y se trata en la Cámara de Diputados. Antes de fin de octubre sus manos levantadas ayudarán a que Mauricio Macri se acerque al fin de su primer año en la presidencia coronando exitosamente otra iniciativa parlamentaria.
A contramano del mundo y apoyado en la tendencia a endiosar todo lo que suene a modernidad, el oficialismo propone reformar el sistema en que elegimos presidente, diputados y senadores con la incorporación de computadoras en reemplazo de las ya clásicas boletas.
Varios factores se han combinado a lo largo del tiempo y ayudan al gobierno en esta instancia. Por un lado las recurrentes denuncias de fraude que se acumulan elección tras elección que involucran desde la falta de boletas hasta resultados falseados y que son realizadas sistemáticamente más como mecanismo de deslegitimación de un resultado negativo que como búsqueda de la rigurosidad y la verdad. Denuncias como las que suele hacer Elisa Carrió o el mismo PRO son funcionales a los medios de comunicación en su lógica de priorizar las noticias que prometen escándalo.
Un sistema de elección tiene una doble función, primeramente determinar el resultado, es decir quién es el que gana, pero también debe tener las salvaguardas necesarias para que quien no gane se convenza de que el resultado es correcto. Es decir, convencer al que perdió de que perdió es tan importante para la gobernabilidad del sistema democrático como asegurar el nombre de quien ganó.
En elecciones en las que la diferencia entre candidatos es amplia, la exactitud en el conteo es necesaria sólo a efectos de determinar la distribución de cargos en candidaturas que se ordenan de manera proporcional como las legislativas, ahí si unas pocas décimas hacen diferencias. En esos casos también sucede que la sociedad tiene a priori una percepción de la diferencia que se traduce en el acatamiento del resultado. En situaciones como esa, cualquier sistema de conteo podría resultar igualmente eficaz, ya que de haber un resultado diferente de esa percepción social la misma sociedad pondría en duda el resultado, independientemente del sistema.
Siempre es bueno recordar que Elisa Carrió llegó a denunciar fraude hasta en la elección de 2007 en la que perdió en la pelea por la presidencia a manos de Cristina Fernández de Kirchner por más de 20 puntos de diferencia. Ejemplo de lo que decimos es que esas denuncias ni siquiera tuvieron repercusión fuera de los medios que habitualmente amplifican sus dichos, sucede que no son creíbles.
Pero no todas las elecciones tienen semejante diferencia entre el primer y segundo candidato, puede suceder que la paridad entre ellos mantenga la incertidumbre hasta el mismo día de la elección. Ahí será muy importante que el sistema de votación y conteo otorgue un blindaje al resultado que permita que la sociedad asimile sin dudas el resultado. En ese punto hay enormes diferencias entre los sistemas basados en papel y los sistemas electrónicos.
Frente a una elección reñida, como la de Macri y Scioli en el balotaje del año pasado o la de Rodríguez Larreta versus Lousteau por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el sistema necesita asegurar que las pequeñas diferencias entre los candidatos son representativas de lo que la ciudadanía votó.
El sistema electoral que se quiere cambiar, por usar boletas de papel y la presencia de fiscales partidarios resulta invulnerable a una escala suficiente para dar vuelta una elección aún en esas circunstancias. Pensemos que una elección nacional involucra unas 95 mil mesas. Para el caso de la elección Macri - Scioli la cantidad de votos que deberíamos alterar para cambiar el resultado son unos 350 mil. Un promedio de 3 votos por urna en todas las mesas del país. Eso implicaría tener un verdadero “ejército electoral” capaz de hacer lo propio en cada mesa, garantizando que pasara inadvertido para los fiscales de los partidos adversarios, para las autoridades de cada mesa, para las autoridades del escrutinio provisorio y luego para la Justicia Electoral.
Pero el sistema electrónico tiene otras particularidades, la primera es que fiscalizar efectivamente las máquinas y el software con que se realizan las votaciones no es posible para cualquier persona. Es necesario tener un conocimiento avanzado para asegurar una serie de condiciones: que las máquinas no tengan algún tipo de conexión oculta de manera inalámbrica que pueda interferir para que el chip de la boleta registre lo que cada votante elige o que una vez realizado el escrutinio, lo que se emite hasta el servidor central que colecta la información de manera electrónica sea el resultado real de cada mesa.
Hasta ahora cualquier mortal capaz de verificar que una urna estuviera vacía al momento de ser precintada o capaz de sumar una serie de papelitos para luego corroborar que ese mismo número se corresponda con lo que se escribe a mano en un acta, podía ser fiscal en la elección y desempeñarse de la mejor manera asegurando para su espacio político la certeza del resultado en cada mesa. La característica principal era la simpleza. Con el voto electrónico también cualquiera puede ser fiscal, pero no todos tendrán la capacidad de verificar todo el proceso, esa solo la tendrá un grupo limitado de personas, entendido en la materia. El sistema le cede a una minoría algo que debería ser de todos. Y por otra parte no existen tantas personas capacitadas como mesas, por lo tanto en algún punto estaremos resignando la seguridad del sistema.
Luego aparecen otros problemas derivados de este primero. Si no podemos estar seguros de que todo el sistema funciona de manera segura, en todas sus instancias, en teoría es posible introducir una alteración que impacte en el resultado de la elección a gran escala. Es decir, aquello que era prácticamente imposible con el voto mediante boletas de papel, es perfectamente realizable con el voto electrónico en la dimensión necesaria para interferir en el resultado de una elección reñida. Y como dijimos antes, no hay percepción social sobre el ganador cuando se trata de una compulsa muy peleada.
La democracia no solo es votar
Llevamos muchos años de demonización del sistema de votación con boletas de papel, con el apoyo sistemático de los medios de comunicación más grandes. Periodistas y comunicadores de relevancia se han dedicado durante mucho tiempo a sembrar sospechas sobre el sistema electoral en aras de deslegitimar la victoria de candidatos cuando provienen del peronismo, el kirchnerismo y fuerzas populares en general. Pese a que ninguna de las numerosas denuncias de fraude ha sido verificada, se ha logrado instalar la idea de que los males electorales provienen del uso de este sistema, que por cierto necesita ser revisado para evitar abusos.
Pero nada tienen que ver las soluciones propuestas con los problemas percibidos por los especialistas. Es común ver cada domingo de elecciones cómo desde los medios se ejerce presión sobre las autoridades electorales para que los números del escrutinio aparezcan cada vez más rápido sembrando sospechas por el solo hecho de que no estén a la vista rápidamente. Cierta tiranía de canales de televisión que pelean por la primicia de un resultado, ha terminado por endiosar como si fuera un valor intrínseco de la democracia a la velocidad con la que se emiten los resultados.
No solo la Constitución Nacional nada dice de esto sino que sabemos bien que la velocidad conspira muchas veces contra la solidez del sistema. No hay registro en el país de que un escrutinio provisorio en elecciones nacionales se haya demorado tanto como para no estar disponible a las 2 o 3 de la mañana del lunes siguiente, sin embargo se ha construido el mito de que la elección electrónica tiene una velocidad que mejora la democracia. En todo caso lo único que mejora para esos mismos canales de televisión es que podrán volver a sus programaciones habituales una vez que se hayan sacado de encima “el problema” del escrutinio. La lógica del negocio siempre por encima de la del servicio.
Las tecnologías nacen y mueren, algunas tienen ciclos de vida mayores que otras. El voto en papel lleva cientos de años de uso en todas partes, mientras que los sistemas de votación con pantallas como el que quiere imponer Mauricio Macri solo están en elecciones de todo el país en Brasil, Venezuela y la India. Ni siquiera en los EEUU el uso de pantallas es mayoritario. Esto tiene su explicación, numerosos países han probado sistemas electrónicos y paulatinamente han vuelto a las fuentes. No todo lo resuelven las computadoras, en materia electoral los problemas son mayores que las soluciones.
Con la tradicional boleta incluida en el sobre -que se mantiene en la urna hasta que el escrutinio definitivo está asegurado por la autoridad judicial pertinente- se facilita que en caso de haber diferencias en el conteo provisorio, una autoridad judicial revise y recuente los votos de cada urna. Es decir que ayuda a proteger la integridad del voto: que lo emitido represente la voluntad del votante, que sea registrado del mismo modo y que luego ese registro sea contabilizado de manera correcta. Si hay diferencias, siempre será sencillo trazar el camino hasta encontrar el error y subsanarlo.
En los últimos tiempos hemos escuchado a numerosos políticos que defienden la aplicación de computadoras para votar opinar livianamente sobre temas de los cuales no tienen ningún conocimiento. La lista de barbaridades va desde negar la existencia de errores hasta la mentira sobre aspectos del sistema. Por el contrario, la comunidad de expertos, muchos de ellos especialistas en seguridad informática, se ha volcado en masa a criticar este proyecto. Sin embargo el oficialismo, tan afecto a defender la opinión de los técnicos en otras materias, avanza sin dudar.
Cambiemos con el apoyo explícito del Frente Renovador de Sergio Massa, de los Justicialistas de Diego Bossio y los Progresistas de Margarita Stolbizer y Victoria Donda, la “oposición responsable” logrará la media sanción en un tema que requiere mayorías especiales. Del otro lado, en minoría, el Frente para la Victoria y el Frente de Izquierda se oponen a la iniciativa mientras alertan sobre los riesgos de este paso.
En el medio de todo esto se coló la propuesta de paridad de género en las listas, una valorable iniciativa, transversal a los bloques parlamentarios, que tiene el discutible mérito de disfrazar de progresista a un proyecto regresivo. En las últimas horas, con la velada amenaza de bloquear la iniciativa, la Cámara Nacional Electoral negociaba con el Ejecutivo para recuperar el control del escrutinio provisorio. En el Senado el oficialismo espera el tratamiento en Diputados, mientras los representantes del PJ se preparan para hacerle modificaciones o impulsar un proyecto propio.
Todo esto podemos seguirlo en los medios. Se discute un proyecto que afecta una conquista que tiene una larga historia de disputa: el voto libre, universal y secreto. Mientras tanto, de debate popular, ni noticias.
Publicado en vaconfirma.com.ar