Francia: Gran movilización nacional de “los chalecos amarillos”, contra las políticas de Emmanuel Macron

La gran movilización nacional de “los chalecos amarillos”, contra los altos impuestos a los combustibles y, en general, contra las políticas de Emmanuel Macron, ha empezado esta mañana en toda Francia. Están previstas 1.500 acciones para bloquear o perturbar gravemente el tráfico en carreteras, autopistas, centros urbanos, puertos, aeropuertos y túneles.

Un manifestante ha resultado muerto en Pont-de-Beauvoisin, cerca de los Alpes, al ser atropellado. La conductora, una mujer que llevaba a su hija al médico, ha tenido un ataque de nervios al ver la carretera bloqueada por unas 40 personas. Varias personas, entre ellos un policía, han resultado heridos en otros atropellos.

La protesta está causando ya serios problemas de circulación en París, donde las calles cercanas al Elíseo están tomadas por la policía ante la amenaza de que la protesta se dirija allí. También han incidencias en otras ciudades como Toulouse, Perpiñán o Aviñón. Se espera que, a medida que avance la jornada, las llamadas “operaciones caracol” –grupos de vehículos que, coordinados, transitan muy lento para crear un embotellamiento- se vayan extendiendo por toda la geografía francesa.



Durante días, el movimiento contestatario se ha ido organizando, de forma bastante espontánea, con reuniones preparatorias en parkings al aire libre. El Gobierno ha insistido en que respeta la protesta pero no tolerará bloqueos totales, por razones de seguridad. Quienes los provoquen se arriesgan, según la ley, a fuertes multas, 6 puntos en su carnet de conducir e incluso, en los casos más graves, a penas de prisión. Miles de policías adicionales están hoy de servicio para actuar si es necesario.

La rebelión de “los chalecos amarillos” no responde sólo a la ira de los automovilistas por el alza del precio de la gasolina y, sobre todo, del gasóil. Hay enfado todavía por la reciente limitación a 80 kilómetros por hora de la velocidad en las carreteras secundarias y por unas inspecciones técnicas de los vehículos más rigurosas. Esta protesta sirve a la vez de catalizador para otros malestares incubados desde hace tiempo. Expresa el descontento por las políticas económicas y fiscales del Gobierno, al que ven insensible ante los problemas de los ciudadanos de a pie. Es también, en buena parte, un movimiento de la Francia periférica, rural, que se siente abandonada por París y por la elite política.

Los partidos y los sindicatos se han sentido descolocados ante una protesta atípica en su génesis, surgida de la base, y que no quiere ser instrumentalizada. La extrema derecha la apoya, pero sin implicarse de manera muy evidente y directa para no levantar suspicacias. También hay solidaridad de Los Republicanos (derecha), y de la izquierda, aunque ese último respaldo plantea aspectos contradictorios, ya que desde hace años la izquierda ha pedido –y votado en el Parlamento- medidas fiscales con objetivos ecológicos. Los sindicatos, incapaces de doblegar al Gobierno en la lucha sobre la reforma ferroviaria, ven cómo su influencia languidece. La sociedad se organiza sin ellos y plantea reivindicaciones de manera autónoma.

El Gobierno francés anunció durante los últimos días medidas para compensar los impuestos a los carburantes, pero se negó a retirar esas tasas porque forman parte de un plan a largo plazo para limitar las emisiones contaminantes. El Ejecutivo quiere dedicar 500 millones de euros a subvenciones a la compra de vehículos más ecológicos y a medidas fiscales de alivio para quienes necesitan desplazarse en vehículo privado por razones de trabajo. Todo ello no ha disuadido a los organizadores de la protesta. Quieren mostrar su fuerza y su hartazgo.

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