"El rey del Once" y "La larga noche de Francisco Sanctis" entraron en competencia en San Sebastián

La película de Testa y Márquez, que compitió en Un Certain Regard del Festival de Cannes, y que luego se verá en Hamburgo y Varsovia, es una adaptación de la novela homónima de Humberto Costantini que obtuvo una muy buena recepción en su proyección en el Palacio Kursaal 2, a donde fue vista a sala llena.

Se trata de un thriller político que narra la historia de un hombre de clase media, gris y pasivo, que de golpe se enfrenta a la responsabilidad de combatir a sus fantasmas y salvar a dos jóvenes militantes en plena dictadura militar.

"Costantini habla de lo cotidiano y de personajes grises, que podrían pasar desapercibidos. Aborda lo que se llamó 'la mayoría silenciosa', gente pasiva que fue una base para la dictadura. Por eso, esta es una historia que nos puede interpelar este viernes, porque habla sobre el compromiso social y sobre la voluntad de salir del individualismo", dijeron Télam los directores, que llegaron a Donostia con Sofía, su pequeña bebé.

La película apela al compromiso político del protagonista, un oficinista que perdió hace tiempo su capacidad de reacción frente a la realidad, y lo hace con una puesta en escena sobria y extraña que subraya su punto de vista, sus sensaciones y sus temores en el término de un único día.

"La larga noche de Francisco Sanctis", que al igual que el filme de Burman y “La idea de un lago”, de Milagros Mumenthaler, compite por el premio Horizontes y el Premio Cooperación Española, propone el reflejo de un conflicto interno del protagonista, interpretado magistralmente por Diego Velázquez, "donde el desafío de nuestro trabajo era ver cómo contar ese mundo interior a partir de imágenes, gestos y sonidos", indicó Márquez.

Por su parte, “El rey del Once” también tuvo una muy buena acogida del público español, tratándose sobre todo de una película donde Daniel Burman experimenta un "renacimiento personal y cinematográfico”, con una comedia en la que vuelve a sus orígenes y retrata a la comunidad judía del barrio de Balvanera.

Luego de pasar por experiencias que lo alejaron un poco de sus inicios, Burman vuelve a sus orígenes y retrata a la comunidad judía de esa zona porteña, a través de las vivencias de un joven que regresa de Nueva York para encontrarse con un padre-dios omnipresente, responsable de una fundación de acción solidaria, al que siempre escucha pero nunca puede ver.

“Esta película es un nuevo comienzo para mí, porque llegué a un punto de mi vida profesional en que me había abandonado el entusiasmo y esa emoción infantil de hacer cine. Por eso decidí volver a esa inconsciencia y frescura que tenía cuando empecé. O dejaba de hacer cine o volvía a este tipo de películas”, había dicho Burman a Télam, cuando el filme se estrenó en Buenos Aires, en febrero pasado.

A sus 42 años, Burman se alejó de “la telaraña de expectativas propias y ajenas” que le impedían disfrutar de lo que hacía.
“Quería reencontrarme con esa sensación de inocencia de mis primeras películas y así poder experimentar un renacimiento de mi vida profesional. Cuando para ir a un estreno pensás si tenés que tomar un sedante o no, cuando perdés el espíritu lúdico o te tomás todo tan a pecho, ahí hay que resetear y empezar de nuevo”, contó el director.

El nuevo filme del autor de “El abrazo partido” y “Derecho de familia”, que inauguró la sección Panorama del 66to. Festival de Berlín, en Alemania, marca el regreso de Burman al universo que más conoce y sabe retratar: la vida de la colectividad judía del Once, las problemáticas relaciones entre un padre y su hijo, los vínculos familiares y la dinámica febril de esa zona comercial.

Se trata de una comedia sutil y humana que sigue el viaje de transformación de Ariel (Alan Sabbagh, premio al Mejor Actor en Tribeca), un joven judío argentino que tiene un exitoso presente como economista en Nueva York y regresa a Buenos Aires convocado por su padre, que lo va involucrando en el ritmo alocado de la fundación que él dirige, dedicada a la ayuda solidaria de la comunidad judía y de otra gente en la zona de Once.

Envuelto en la vorágine y el caos que implican cumplir los compromisos que esa fundación y su padre se imponen para ayudar a los demás (pagar deudas, catalogar donaciones, conseguir dinero, buscar alimentos, conseguir medicamentos, hacer la comida y un grandísimo etcétera), Ariel se va reencontrando con su infancia, sus querencias y los valores humanos de una cultura tan rica como milenaria.

(Télam)

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