Hoy recordamos la Masacre de Avellaneda

Los apellidos Kosteki y Santillán ya forman parte de la memoria de las luchas populares de nuestro país, e incluso del continente. Darío y Maximiliano no fueron los primeros, y con pesar debemos decir que tampoco fueron las últimas personas asesinadas mientras participaban de luchas populares, sea por parte del Estado, como en el caso del maestro neuquino Carlos Fuente Alba, o por mafias corporativas, como Mariano Ferreyra, o los secuestrados Jorge Julio López y Luciano Arruga.

Es que la denominada “Masacre de Avellaneda” del 26 de junio de 2002 se constituyó en una fecha bisagra de la historia reciente de la Argentina. Un quiebre en un doble sentido: por un lado, clausuró las perspectivas más insurgentes del movimiento popular, que por aquellos años había entrado en una ola creciente de radicalización en sus enfrentamientos con el poder. Por otro lado, pusieron un tope al intento de llevar adelante la fase autoritaria del régimen. El desenlace es conocido: el presidente interino Eduardo Duhalde tuvo que adelantar las elecciones y desde entonces ha sido una figura política en decadencia, “escrachado” cada vez que intentó relanzarse nuevamente, apelando a la amnesia social y presentándose como posible salvador del país ante el caos.

Las figuras de Kosteki y Santillán no han dejado de acompañar durante todos estos años la militancia de decenas de organizaciones, de distintas procedencias ideológicas e identidades políticas.  

Maxi era nuevito en la militancia. Darío, en cambio, un reconocido dirigente social, que a pesar de sus escasos años, ya contaba con una importante trayectoria. Antes de ser referente de los movimientos territoriales, había participado en el Centro de Estudiantes en su colegio, y protagonizado prácticas juveniles que iban desde actividades culturales (revistas, programas de radio, organización de festivales de rock), hasta tomas de escuelas, movilizaciones, cortes de calles y actos en plazas del sur del conurbano. Por eso Darío es síntesis de múltiples prácticas: de la lucha callejera; de la organización de base en las barriadas; de la puesta en funcionamiento de experiencias de trabajo autogestivo; del estudio, el análisis y la formación política; de la apuesta por construir un nuevo sendero de liberación, y un puente hacia aquellas generaciones que pelearon antes.

Más allá de las identidades políticas desde las que se libren las batallas por venir, las figuras de Darío y Maxi seguirá acompañando la construcción de una agenda política del pueblo, en el camino por conquistar un país en el que se sienta un completo orgullo por habitarlo.

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